GUION Y DIBUJOS: Bastien Vivès
EDITORIAL: Diabolo
PVP: 17,95 €
Tomo tapa dura. 134 pgs color. 19,5 x 28 cm.
Recientemente, advertía la existencia de Bastien Vivès en el mismo universo que yo. Al parecer, un autor europeo del montón, uno más que abastece las estanterías para lectores gafapastas, presuntuosos estirados muy por encima de la media intelectual que abunda en las tiendas de tebeos, más pendientes de tipos musculosos en mallas y tipas pechugonas con los labios entreabiertos y la mirada vidriosa, que en introducir algo coherente en esa sustancia gris que flota en el interior de sus cráneos.
Mencionaba a Vivès, y lo hacía en relación a una de sus obras editadas en castellano, y que supo conectar con el hambriento devorador de maravillas que anida en nuestra dormida psique: El gusto del cloro. Ese despertar me ha impulsado a leer otra de sus garantes, En mis ojos, y en esas estamos.
La protagonista es, nuevamente, una joven. Tan hermosa como sencilla, la ignorancia de su propia sensualidad la convierte en objeto de deseo y codicia, que se plasmará en todas las viñetas. Olvida conocer su nombre, pues engloba en su forma a todas aquellas chicas que nos miraban de reojo, con esa sonrisa pícara y ese gesto casual, tan excitante y perturbador. Solamente he hallado similar devoción por el sexo femenino en autores como Arlerí o Boilet; ahora incorporamos un nuevo apellido a la selección.
Buena parte del mérito del autor, es su interés altruista en ofrecer una enorme selección de técnicas narrativas, y aplicarlas de manera decisiva en la historia. En esta ocasión, partimos desde el punto de vista subjetivo, en primera persona, del participante en toda la acción. Vemos lo que él ve, oímos lo que él oye; pero debemos ser nosotros los que pronunciemos las palabras, guiados por la respuesta de nuestro entorno.
Lo mejor, insisto, es esa relación que establecemos con la Venus de nuestro corazón, disfrazada de una estudiante pelirroja con muchos pájaros en la cabeza, que nos mira a los ojos, sonríe, y desborda nuestra razón. Lo peor, una vez más, es una desorientación narrativa, producto del modo de hacer del artista, que lejos de atar cabos y cerrar argumentos, permite que sea el lector quien rellene esos espacios vacíos; y eso, amigos míos, es una habilidad lectiva que solamente adquieren algunos gafapastas de nivel.
Valoración: 6/10
EDITORIAL: Diabolo
PVP: 17,95 €
Tomo tapa dura. 134 pgs color. 19,5 x 28 cm.
Recientemente, advertía la existencia de Bastien Vivès en el mismo universo que yo. Al parecer, un autor europeo del montón, uno más que abastece las estanterías para lectores gafapastas, presuntuosos estirados muy por encima de la media intelectual que abunda en las tiendas de tebeos, más pendientes de tipos musculosos en mallas y tipas pechugonas con los labios entreabiertos y la mirada vidriosa, que en introducir algo coherente en esa sustancia gris que flota en el interior de sus cráneos.
Mencionaba a Vivès, y lo hacía en relación a una de sus obras editadas en castellano, y que supo conectar con el hambriento devorador de maravillas que anida en nuestra dormida psique: El gusto del cloro. Ese despertar me ha impulsado a leer otra de sus garantes, En mis ojos, y en esas estamos.
La protagonista es, nuevamente, una joven. Tan hermosa como sencilla, la ignorancia de su propia sensualidad la convierte en objeto de deseo y codicia, que se plasmará en todas las viñetas. Olvida conocer su nombre, pues engloba en su forma a todas aquellas chicas que nos miraban de reojo, con esa sonrisa pícara y ese gesto casual, tan excitante y perturbador. Solamente he hallado similar devoción por el sexo femenino en autores como Arlerí o Boilet; ahora incorporamos un nuevo apellido a la selección.
Buena parte del mérito del autor, es su interés altruista en ofrecer una enorme selección de técnicas narrativas, y aplicarlas de manera decisiva en la historia. En esta ocasión, partimos desde el punto de vista subjetivo, en primera persona, del participante en toda la acción. Vemos lo que él ve, oímos lo que él oye; pero debemos ser nosotros los que pronunciemos las palabras, guiados por la respuesta de nuestro entorno.
Lo mejor, insisto, es esa relación que establecemos con la Venus de nuestro corazón, disfrazada de una estudiante pelirroja con muchos pájaros en la cabeza, que nos mira a los ojos, sonríe, y desborda nuestra razón. Lo peor, una vez más, es una desorientación narrativa, producto del modo de hacer del artista, que lejos de atar cabos y cerrar argumentos, permite que sea el lector quien rellene esos espacios vacíos; y eso, amigos míos, es una habilidad lectiva que solamente adquieren algunos gafapastas de nivel.
Valoración: 6/10
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